CUEVA DEL CHUFIN

La cueva del Moro Chufín se localiza en un paraje de singular belleza del valle del río Nansa. A pesar de que el entorno está modificado por la construcción del embalse de La Palombera, su situación en una zona de acantilado, la densa vegetación arbórea y la presencia constante de agua hacen que la visita se convierta en un continuo disfrute.

 Su espacioso vestíbulo ha sido testigo de importantes ocupaciones humanas acontecidas hace unos 15.500 a.C. e incluso en momentos anteriores. Desde la boca de la cueva hubo de tenerse una percepción privilegiada del valle, lo que la convierte en un excelente cazadero.

 Además, en este espacio los moradores prehistóricos grabaron figuras sobre la roca. Numerosas ciervas, un bisonte, algún posible pez y diversos signos realizados, todos ellos, en surco ancho y profundo, consecuencia de la técnica de abrasión, aparecen concentrados principalmente en un panel bajo el cual una pequeña abertura da acceso al interior de la cavidad.

 Tras recorrer un espacio de techo bajo, se accede a una amplia sala en cuya parte final se encuentra un lago artificial, consecuencia del embalse. A pesar de ello, la cavidad continúa. Es en esa sala donde se localizan, a uno y otro lado, las representaciones artísticas más llamativas.

 Por su intenso color rojo destacan las composiciones rojas realizadas a base de puntuaciones, algunas de las cuales han sido interpretadas como representaciones genitales. En ese mismo color se pueden observar caballos, un uro, diversas puntuaciones a veces organizadas en series, una figura femenina y un ciervo.

 El interior alberga, además, numerosos grabados realizados tanto mediante incisión más o menos fina y abrasión. El bestiario animal está compuesto de bisontes, caballos, bóvidos, ciervo, cáprido y al menos una figura antropomorfa, además de una posible zancuda.

 La realización de las figuras parece responder a más de una fase temporal. Los grabados del vestíbulo, y algunos de la parte interior, así como las figuras rojas, parece viable datarlos en un momento previo al Magdaleniense, hace más de 16.000 a.C., si bien no es posible determinar el grado de sincronía o diacronía entre todas ellas. Por el contrario, el resto de grabados interiores, por lo general de surco más fino y con detalles anatómicos, se asignan a un momento posterior, en torno al 11.500 a.C.

 

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