La actividad ganadera extensiva, basada en la siega de prados y el pastoreo del ganado, constituye un factor modelador del paisaje, mientras que el ganado al aire libre, con su variedad de especies y razas, le da vida y color.

En el Valle del Nansa se sigue, con modificaciones, un sistema tradicional de pastoreo basado en los desplazamientos estacionales de la cabaña  para así aprovechar, con mayor rendimiento, los recursos herbáceos según sus ciclos biológicos, organizando de este modo los espacios según su uso y función. En este sistema, el cuidado en establo se hace en invierno, en las cercanías del pueblo, y para su alimentación se emplea el heno almacenado y el maíz cosechado; el ganado, además, campea por el monte o por los prados y mieses mientras no se inician las labores de la siguiente campaña. En primavera, al tiempo que siegan los prados, el ganado campea por el monte y aprovecha los pastos comunales de menor altitud. En verano, el ganado asciende a los puertos o pastos de altura, que son comunales, para de nuevo descender en otoño y aprovechar a diente los rastrojos y las hierbas (derrotas de mieses y de prados).

Todo tipo de ganado, de algún modo, ha seguido este sistema, pero el vacuno es hoy el principal componente de una cabaña que, dentro de la tónica general de declive, está experimentando un repunte en su orientación cárnica. Esto supone también un cambio en el paisaje, pues de él han desaparecido las ovejas y las cabras para quedar sólo las vacas, de capa gris la raza Tudanca, que se distingue de otras de antigua o reciente introducción, como la Pardoalpina, la Asturiana de montaña o Casina y la Limusina, así como los cruces de todas ellas. Aunque de menor interés económico, también se pueden contemplar caballos al trote por el monte y, en primavera, las yeguas protegiendo a los potros.

Las ferias de año otoñales, que perduran más por exposición, concurso y festejo que por sus resultados comerciales, son un factor más que da vida al paisaje.